Los vientos marítimos, la disposición Norte-Sur del relieve y la naturaleza arenisca de las montañas son los artífices de este atractivo y sorprendente enclave conocido como Botafuegos o Garganta del Capitán. El sendero que lo recorre, uno de los imprescindibles del Parque
Natural, es un camino colmado de belleza y de historia, que le invita a adentrase en tiempos ancestrales y en la espectacular naturaleza de Los Alcornocales. Además de los emblemáticos alcornoques, en el sendero encontrará bosques de laurisilva del Terciario, con alisos, fresnos, laureles y quejigos, tumbas prehistóricas, polifónicas cascadas y antiguos molinos harineros
Arranca el sendero sobre un carril que recorre la loma de Matapuercos. En el inicio, hay una cancela que permite el paso peatonal y la circulación de vehículos autorizados, pero impide que el ganado se escape. Es probable que encuentre cabras, caballos o a la autóctona
vaca retinta pastando en los alrededores. Y también es probable que tenga que adivinar la silueta de los cerros, desdibujada en el horizonte por una niebla algodonosa y danzarina, que juega un papel fundamental en la existencia de este lugar. El sendero asciende con una pendiente suave durante el primer kilómetro. Atraviesa la línea de vegetación que fl anquea al arroyo de la Fuente Santa y continúa por el camino de la izquierda, el principal. A la vuelta, retomaremos el carril por la pista de la derecha.
Conforme nos adentramos en la entraña de la sierra, la pendiente se endurece. En una curva del camino, la vista se abre hacia la Bahía de Algeciras, la puerta de Europa; un lugar de encuentros, de intercambios, de entrecruzamientos y circulaciones a nivel planetario. Incluso en un día brumoso, sobresaliendo por encima del contorno de las edificaciones, podrá distinguir las grúas del puerto comercial, uno de los mayores del Mediterráneo. Y detrás, cerrando la panorámica, el perfil mastodóntico e inconfundible del Peñón de Gibraltar: el Yebel Tariq de los antiguos musulmanes y, para el mundo clásico, una de las columnas de Hércules.
Continuamos ascendiendo por la pista apisonada de tierra y piedra, con la pirámide montañosa del Hoyo de Don Pedro observándonos al fondo. Los alcornoques son cada vez más frecuentes y exuberantes. Su sanguínea desnudez nos revela la persistencia del antiguo aprovechamiento de la saca del corcho. Coincidiendo con la cota más alta del sendero, alcanzamos el Llano de las Tumbas, un espacio ancho y diáfano que se utilizaba, precisamente, como patio de corchas. A la derecha de la explanada, una señal indica la senda que conduce
hasta unas tumbas antropomórficas, excavadas en la roca arenisca en la Edad del Bronce, aunque existen controversias, algunos piensan que su origen es fenicio, tardoromano o medieval. Los lugareños las conocen como las tumbas de lo moros. Se trata de un lugar sagrado, de culto y de enterramiento que, como tantos paisajes funerarios en las inmediaciones del Estrecho, nos habla de la importancia de este territorio de confín, entre dos mares y dos continentes, que ha favorecido el contacto entre culturas y creencias diferentes desde la prehistoria.
Regresamos al Llano para continuar el sendero, que inicia ahora su descenso a las profundidades de la garganta. En unos doscientos metros, un drástico cambio de rumbo nos enfila hacia el este y nos adentra, en pleno canuto ya, por un túnel de alisos. Avellanos, fresnos, laureles, quejigos y distintas especies de musgos y helechos conforman el extraordinario bosque de laurisilva que es el canuto. La humedad
del ambiente y el repiqueteo cantarín del agua sobre la piedra delatan la cercanía del arroyo Botafuegos. Una nueva señal en el camino nos dirige a la “Tumba del Capitán”. Si quien yace bajo la piedra fue un molinero de la zona o un ilustre capitán que se hizo bandolero, la leyenda no lo aclara. Lo que la inscripción sí dice es que se llamaba Gabriel Moreno y que murió a los 77 años; una edad dudosamente longeva para un bandolero. Rodeados de helechos, alisos y enredaderas, seguimos cauce abajo, saltando entre las rocas de arenisca asentadas en el cauce. Junto al arroyo, prácticamente engullidas por la vegetación, encontramos de sopetón las ruinas del Molino de las Cuevas, el primero de los molinos harineros del sendero. Bordeando la ribera, llegamos al siguiente molino de harina, el de San José, también en estado ruinoso, y en cuyo costado aún se distinguen los restos de un segundo edificio, el Molino de Papel, donde se elaboraba papel de estraza. El sendero se aleja del Botafuegos y, por un carril agrícola, sale al encuentro del arroyo de la Fuente Santa. Desde aquí, retomamos la pista forestal de partida, que ahora nos conduce al final del sendero.